por Mila Cañón
La editorial Santillana en Loqueleo reedita estos clásicos de Graciela Montes y puebla con estas historias, difíciles de conseguir, publicadas en 1989 – 1990 por Ediciones Quipu, el campo literario actual.
Son grandes historias encerradas en un pequeño formato (12,5×12,5), en papel bien grueso. Son libros para que el pequeño lector juegue, ordene, los guarde, los pasee, los esconda y los descubra, pero sobre todo para que viva historias de calidad. Si el formato es importante, también lo es la imagen. Algunos ilustradores de la primera época se sostienen y otros cambian: Ana Sanfelippo, Lucía Vidal y Claudia Degliuomini, agregando su estética a esta colección mágica.
En principio, el corpus sin dudas pertenece a la poética de Montes que se caracteriza por la escritura fantástica en el marco de lo cotidiano, en este caso a partir de un elemento que los lectores pequeños de la mano de un adulto mediador puedan seguir: la luna, un paraguas, la pipa, el globo, un auto.
Además, los procedimientos literarios, como Montes nos acostumbró, inscriben las historias en el campo a través del proceso acumulativo o de repetición propio de la narrativa infantil que enlaza, por ejemplo, a El auto de Anastasio con Los músicos de Bremen, al poblarse de animales que suben sin cesar a su auto o lo siguen, viajan y diseñan una caravana. O repiten acciones para hilar el relato: los dibujos de humo de la pipa, la magia del paraguas, las travesuras de Tres chicos valientes que se suman hasta llegar al gigante del bosque y detenerse. Tal vez la linealidad que instala la acumulación se rompe en Juanito y la luna: un viaje al espacio con mucho de magia.
(*): Integrante de la ong Jitanjáfora. Colección Pequeñas historias, Graciela Montes (2016). Buenos Aires: Santillana.